El Burro Políglota. Anexo 2. La Rueda de Alcantarilla

Los perros del vecindario trazan un mapa sonoro para fijar finalmente, la ubicación exacta donde se encuentran el burro y el poni. Nosotras, las ratas, nos movemos rápidas y sigilosas por entre las matas de los bancales hasta visualizarlos.

En el mismo momento en el que el burro ha detectado nuestra presencia, todas nosotras ya estamos posicionadas alrededor de ellos, sin que puedan advertir nuestra ubicación exacta. Personalmente, me gusta observar a mis víctimas antes de que me vean. Supongo que, en el fondo, soy un sentimental.

Salgo de entre la hierba, me pongo a dos patas y exclamo:

–Hola burrito –le digo arrastrando la rr al nombrarlo. Lo hago porque intuyo que le pone nervioso. Y, comienzo a pasearme con las patas delanteras entrelazadas en la espalda, observando cómo cada uno de mis familiares toman sus posiciones. Están a diferentes alturas, unas en las ramas de los limoneros, y otras a ras del suelo–

"El párrafo que falta se encuentra en el libro” Seguimos por…

–Como te iba diciendo, burrito, nosotras las ratas actuamos como un cuerpo militar perfectamente ordenado y tú, burrito, junto a tu amigo el pequeño poni os preguntareis cómo es posible eso.

Ahhh... Si yo me lo pregunto... – dice el poni con una expresión interrogativa que me agrada–.

     En este momento, hago una pausa dramática de las que me gustan. Los miro a los ojos y con un silencio en el que ando a dos patas y balanceo la cabeza para que piensen que estoy loco. Se produce un pequeño espacio de tiempo que aprovecho para observar al burro. E intuyo por su mirada, que está buscando algún hueco para escapar.

–¡NO! –le digo moviendo mi pata delantera en forma negativa–. Antes de intentar escapar, cosa que no vais a conseguir, tendréis que escucharme. Veréis cuadrúpedos: las ratas, al igual que vosotros somos mamíferas. Esto quiere decir, que tenemos varias características en común. Creo que, la más importante es que tenemos un cerebro muy desarrollado.

Hago otra pequeña pausa. El poni se sienta su parte trasera, parece muy atento a lo que digo. Pienso que no es consciente del peligro que corre. Me pongo las manos en el morro, dramatizando mi forma de hablar y con tonos agudos prosigo:

–Nosotras las ratas pasamos mucha hambre. Y sí. Es cierto eso que dicen los humanos de nosotras. “Se reproducen muy rápido” “Son una plaga” -Exclama la rata- intentando imitar y caricaturizar la forma de hablar humana. Es cierto que nos reproducimos muy rápido, sin embargo. Aquí me paro en seco - ¿Qué culpa tenemos nosotras? ¿¿Eh…?? ¿Es nuestra responsabilidad que nuestras crías en pocos meses puedan reproducirse? ¿¿Eh… ¡¡No!! Nuestra responsabilidad es darles de comer, y que sobrevivan nuestros pequeños ratoncitos.

Paseo a dos patas buscando la atención del burro y el poni moviendo mi pata superior derecha y continúo:

–En la huerta, los humanos, nos roban la tierra, nos hacinan, nos asesinan... Dicen que trasmitimos enfermedades. Y nosotras, lo único que queremos es comer, tenemos hambre. En realidad, podríamos vivir a base de vegetales. Sin embargo... –paro en seco de hablar y los miro a ojos–. Nos han obligado a cazar animales, a roer cables, a vivir en las cloacas y, nosotras. -Aquí alzo la voz- con nuestro cerebro tan desarrollado tenemos que recordarnos de vez en cuando que ellos, ¡nos quieren aniquilar!

Hago un silencio corto y estratégico para hacer un recorrido visual por todas mis compañeras y, finalmente, acabo en los ojos de burro.

–Para eso, para recordarlo, tenemos la FÁBULA –todas las ratas repiten a la vez con tonos agudos “la fábula” “la fábula”–.

–¿Qué es una fábula? –pregunta el poni moviendo la cabeza y estirando sus orejas como señal de atención–.

–Una fábula es un tipo de relato que involucra a animales, plantas o incluso objetos que actúan y hablan como seres humanos –responde rápidamente el burro–.

–¡Premio para el burrito! –replico señalándole–. Hace mucho tiempo, en un molino de Alcantarilla... –las demás ratas emiten graznidos agudos y medios componiendo una banda sonora que va cambiando conforme narro la historia–.

Acho bro, qué ensayao lo tienen –dice el poni sorprendido–.

Muevo la mano como un director de orquesta en dirección al morro del poni y comienzo a hablar con un tono de narrador ensayado y curtido durante años:

–Esta historia nos la vamos contando de generación en generación para hacernos más fuertes.

Los sonidos que emiten las ratas van cambiando conforme avanza la narración.

–Hace mucho tiempo –intento comenzar de nuevo a contar la historia... pero el poni me interrumpe–.

Ehhh Ramón – le dice el poni al burro- esta historia es de esas muy antiguas como las tuyas. ¿También la tengo que ver en blanco y negro? –el burro mueve una ceja sin saber qué decir–.

–Respondo por el burro con un tono de irritación que me sale de muy adentro. – ¡No! Esta la ves en blanco negro, con la película gastada y con subtítulos. Es de cuando el cine era mudo

–¿Cómo hablaban entre ellos si es mudo? –vuelve a preguntar el poni–.

–Le ponían subtítulos, cartelitos o ponle lo que tú quieras. Pero como me vuelvas a interrumpir, te como los ojos directamente –respondo realmente furioso, aunque contenido–.

–Ok, bro –Dice el poni dando un pequeño paso para atrás–.

–Hace mucho tiempo, unas ratas vivían felices en un molino de Alcantarilla junto a una acequia mayor. El agua movía la rueda y el curioso engranaje emitía sonidos hidráulicos eternos. En esa época habían numerosos sacos de grano almacenados en la parte de abajo. Arriba se encontraban dos discos de roca que giraban en dirección contraria. El grano se ponía dentro mediante un tubo y se convertía en harina. A veces, las ratas más jóvenes jugaban a correr por encima de los discos hasta que se cansaban y chocaban entre sí. Aquellas ratas nadaban en la abundancia. A pesar del sonido y del ruido de los engranajes que las volvía locas, vivían felices acostumbradas desde niñas.

Allí sólo estaban ellas. A veces escuchaban estallidos fuera del molino y se acercaban atentas a las ventanas, pero, aquellas ratas, que eran miopes igual que yo, nunca vieron a nadie.

Con el tiempo, el grano comenzó a escasear y organizaron exploraciones. Muchas no volvieron. Las que volvían nos decían que no encontraban grano, solo vegetales. Otras, que al verlas los humanos, gritaban y las agredían.

Empujadas por el negro panorama que se les venía encima, comenzaron a reunirse en la parte de arriba. Alrededor de los discos de piedra que giraban. Pronto se formaron dos grupos. El primero, liderado por una rata hembra, que decía que, debían formar una comunidad alrededor del molino. Y que su alimentación estaría basada en encontrar comida en los alrededores e informar a las demás cuando llegaran al molino.

El otro, un grupo liderado por una rata macho, grande y fuerte…

En este punto hago una pequeña pausa para recuperar la atención del burro y del poni. Me señalo con mi pata delantera y prosigo

–La rata líder del segundo grupo me recuerda a mí. Ella decía, que todos saldrían a buscar comida y que a la vuelta compartirían la información que quisieran con quien quisieran. En estas reuniones todas aportaban su punto de vista. Intentando crear un sistema en el que todas estuvieran de acuerdo. En esto estaban cuando… – de repente, las ratas comienzan ahora a emitir sonidos agudos repetitivos con diferentes tonos y veo como el burro y el poni estiran sus orejas excitadas por el sonido–. En una de estas reuniones, llegaron hasta la puerta del molino tres vehículos de humanos y todas se apiñaron en las ventanas para observarles. Los humanos llevaban aparatos en los brazos que apuntaban al cielo. Abrieron la puerta de un zarpazo. Todas desconcertadas no sabían que hacer. Algunas se quedaron paradas frente a ellos mientras otras corrieron a la parte de arriba asustadas. Los humanos, que eran un grupo numeroso, comprobaron que la mayoría de los sacos estaban vacíos moviéndolos con sus botas o con los artilugios que llevaban en los brazos. Y, con un grito –mi expresión también se convierte en un grito justo frente a los morros del burro y del poni–, ¡comenzaron a explosionar los aparatos que llevan en sus brazos y las ratas estallaban salpicando todo de sangre y órganos internos! Las tripas se incrustaban en la cara de los humanos. El tiempo que duraron las explosiones se hizo eterno. Hasta que, con otro grito, el humano que parecía el capitán del grupo dijo algo así como:

–¡ALTO! ¡Basta! No gastéis más munición –y salió del molino maldiciéndonos a todas–.

Los humanos se reunieron frente a la puerta. Tras discutir un rato, algunos volvieron a entrar para recoger las migajas de grano que les habíamos dejado. Otros bajaron a la acequia y subieron con calderos de agua para llenar un barril, que no se sabe de donde habían sacado. Pusieron el barril lleno de agua, debajo de la escalera que bajaba desde la parte arriba donde estaban los discos de piedra. Rompieron parte de la escalera. Y colocaron el barril lleno de agua debajo del agujero. Al lado, con dos cables, conectaron un aparato que habían sacado de uno de los vehículos que se encontraba en la puerta. Comenzaron a tirar piedras a la parte de arriba y las ratas, asustadas, caían por el agujero electrocutándose al contacto con el agua. Pronto el barril se llenó de ratas electrocutadas. Tantas cayeron que, cuando otra caía de la parte de arriba y se electrocutaba, las que estaban en el agua salían volando por la fuerza de las explosiones que causaban.

Tras este dantesco espectáculo, los humanos salieron del molino quejándose porque no soportaban el olor a rata quemada.

La rata que nos contó esta historia, que ha ido pasando de generación en generación. Presenció, como todos sus familiares, morían electrocutados o por las botas de los humanos. Cuando estos, subieron a la parte de arriba. Ella se salvó, gracias a que se escondió en el agujero donde se echaba el grano para convertirlo en harina. Allí permaneció hasta que se fueron. Sin saber lo que hacer, se lanzó a la acequia y se dejó llevar. Cuando se cansó de ser llevada por la corriente y me repuso del miedo, se agarró a la primera rama que pudo.

Pasado un tiempo, localizó una rata hembra que, al igual que ella, se había dejado llevar por el agua de la acequia un día que estaba harta de su familia numerosa.

Y fin –le digo al burro y al poni levantando mi brazo derecho–.

Achooo... –Exclama el poni–. Se me han erizao hasta los pelos de las herraduras. ¿Y lo de la música? ¿Cómo hacéis ese ritmo con los graznidos?

–Me alegro que te haya gustado mi pequeño poni. Y ahora…

–Interrumpe el burro– ¿Crees que has conseguido asustarme con el musical este que te has marcado?

–Conmigo lo ha conseguido –dice Mariano.

El burro levanta su herradura en señal de que se calle y le dice a la rata forzando una sonrisa:

–¿Quieres decir, que eres descendiente de una rata de Alcantarilla?

Y cuando dice esto, observo al burro con mi brazo levantado y veo en sus ojos como se dibuja el miedo. Acerco mi morro hasta el suyo y veo que va a tragar saliva. Se intenta contener, pero no lo consigue. Está a punto de hacerlo. Y cuando traga, grito bajando el brazo. - ¡AHORA!

A close-up image of a book page with text in a serif font. The text appears to be a narrative passage, with focused lines in the center and slightly blurred lines at the top and bottom, indicating a depth of field effect.
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Aventura en huerta